Anagrama 2018 505 páginas Trad. A. Fiéguez Rodríguez

Visión binocular (1996), Edith Pearlman

 

«… nuestra relevancia tiene pies de arena, una sensación que tenemos todos (…) Cambia, se mueve, la arena. Nos echa, o nos acoge, de mala gana. Nosotros no pertenecemos a ninguna parte, así que cada nueva generación huye a otro lugar.» [ Yayuski]

Se dio cuenta de que la niña había sufrido una experiencia inquietante, pero ella no tenía en ese momento mucho consuelo que ofrecer. Quizá por esta vez Sophie recibiera la bendición del olvido.

Y de hecho Sophie se acercó a paso ligero, como si unos minutos antes no hubiera visto con nitidez su futuro.” (“Dirección centro”)

Recibió el tarro y puso el dinero en la mano impasible-. Hasta la semana que viene –prometió, o quizá fuera un ruego. Al hombre de la varaba le daba exactamente igual. ( «Reliquia y modelo”)

 

   Visión binocular son los cuentos escogidos por Edith Pearlman. El libro contiene una gran amplitud de relatos, aunque no se especifican las fechas de publicación original. En total son 44: 31 anteriormente publicados en editoriales pequeñas o revistas y 13 nuevos.

   Al recorrer el libro hay algo que reaparece continuamente: se narran historias de personajes fuera de lugar. En ocasiones viajan y se instalan en otros países por cuestiones laborales, han emigrado huyendo del nazismo, visitan parientes en otros países o se encuentran en campos de refugiados tras la Segunda Guerra Mundial como en el fabuloso tríptico que conforman “Si el amor lo fuera todo”, “Noche de Purim” y “El abrigo”. Los dos primeros transcurren en un campo de refugiados y están protagonizados por Sonya y Roland. Sin embargo, como sucede en varios relatos pareciera que Pearlman utiliza como marco histórico hechos extraordinarios para narrar lo mínimo, la cotidianeidad de los encargados del campo, las pequeñas historias de los que llegan huyendo – y han vivido el horror y han perdido su lugar, sus parientes, su identidad lo que muchas veces se plantea a partir de la vestimenta, de objetos o en el racionamiento-, su vínculo sentimental y su regreso a EEUU en el tercero. “El abrigo” es bellísimo: una vez que regresan, ya como matrimonio, Roland y Sonya deben volver a crear una rutina, habituarse al nuevo espacio en un departamento prestado por el gobierno. Un abrigo olvidado en un placard será para Sonya una forma de imaginar al propietario/a del mismo, pero sobre todo, una forma de crearse a sí misma, casi como un personaje, una vida diferente mientras Roland quien comienza a sufrir infartos debe comprarse un smoking para las conferencias a las que es invitado por asociaciones gubernamentales o civiles para dar testimonio.

   A veces el que se mueve es el narrador en el espacio dando la historia de un grupo de personas; presentándolos en cada movimiento. Entre la visión a partir de los prismáticos que permite ver lo que el ojo no alcanza, aunque haya partes ciegas para una niña en “Visión binocular” y otra en “Azar” que se mueve alrededor de una mesa de póker mirando las cartas y los gestos de los participantes hay algo que sintetiza el movimiento general del libro. Dos personajes intentando descifrar lo que ven y lo que se les escapa en cada movimiento.

    Muchos de los cuentos están protagonizados por la diáspora judía y, aunque otros no lo sean, todos están cruzados por personajes con una cuota de extranjería, de desplazamiento, de descolocación en relación a sus orígenes o entre lenguas. Y la maestría de Pearlman está en los conflictos humanos relacionados a la niñez y a la vejez fundamentalmente, los estados emocionales que implica ese vivir fuera de lugar, pero sin caer en explicitaciones. Es el lector el que arma a partir de los trazos precisos, estas vidas. Y los cuentos se suelen armar con momentos de revelaciones, la erosión anímica o física y las decisiones que toman los personajes. Tal vez, en el fondo lo que moviliza a los personajes es cierta idea de misión. La acción hacia el otro, un movimiento para mejorar su vida es, tal vez, lo que hace que la propia también cambie. Y también la torna menos comprensible. Entender la necesidad del otro y la propia parece ser el amasijo que transitan estos personajes: el punto de encuentro mundos diferentes. El otro muchas veces tiene su cuota de misterio o se revela en la brutalidad de sus experiencias. Y en este ir y venir de personajes muchos cuentos finalizan, llegan a su cierre cuando alguno se va o hasta desaparece de la vida del protagonista. En ocasiones, esto lleva a imaginar qué fue de sus vidas, adónde se habrán ido o por qué. Esto refuerza el misterio, el punto ciego como explícitamente aparece en el cuento “Visión binocular” en el que una niña mira con binoculares la vida de sus vecinos y recibe al final por parte de su madre una revelación, algo que su mirada no había captado.

    Se trata de personajes armados con trazos finos, breves y que sin embargo resultan muy cognoscibles e inolvidables. Y esta es la maestría de Pearlman: armar personajes apenas entrevistos y dejar que sean los lectores quienes los completen de alguna manera.

   Esto es algo que caracteriza al mundo narrado por Pearlman: la minucia en el contexto de lo extraordinario tanto como la vida cotidiana descentrada. Por esto, me parece una gran decisión empezar la selección con “Dirección centro” y cerrarlo con “Independencia”. Dos bellísimos cuentos que frente a la encrucijada de la vida en el primero una niña experimenta una posible visión de su futuro y en el segundo una médica jubilada que padece cáncer y debe tomar una decisión en relación con su posible tratamiento y con su existencia. Dos extremos de la vida. Una que comienza a recorrer el mundo y este se abre en sus posibilidades y otra que se termina debido a la edad y a la enfermedad (algo similar a lo que se narra también en “Reliquia y modelo”). Dos viajes: uno abre y el otro cierra no solo la vida, sino el libro.


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