Sobre Las viejas fantasiosas de Elvira Orphée

Emecé 1981 205 páginas.

 

Las viejas fantasiosas, Elvira Orphée

   “Enrique, que te enamoraste de un cuerpo semejante al tuyo en este enervante, extraño mundo, y que me abandonas a causa de él, antes de que pierda del todo la memoria de lo que fue, te suplico que no me dejes como te dejaba yo, con tanta soledad, con tanta hambre (…) Que no me dejes por un cuerpo de tu misma especie, esos que nunca traen el amor sino la desgracia.” [¡Ay, Enrique!”]

 

Desde chica había en ella algo que hacía creer en los presagios. Eso volvía inquietantes las cosas a su alrededor, les sacaba normalidad. Si no hubiera sido por muchachera habría sido expulsada por bruja que el vecindario habría terminado expulsándola.” [“El alma de doña Tilile”]

 

      En Las viejas fantasiosas al igual que en Su demonio preferido, Orphée vuelve a trabajar con historias con una gran cuota de extrañeza. Hay algo en sus cuentos que me recuerda al halo de misterio de Felisberto Hernández –historias que transcurren en un tiempo ambiguo, a veces lejano e impreciso como los cuentos tradicionales y, sobre todo, por la relación entre los personajes y las casas como espacios privilegiados-, pero también a Mario Levrero y sus textos de “La máquina de pensar en Gladys” –lo onírico, esos personajes mutando y esos espacios laberínticos como en el cuento “Las viejas fantasiosas”-. Desde el título nos instala en un orden: el de lo imposible, lo fantasioso entendido como una ficción que excede el verosímil realista en el que, sin embargo, también están enmarcadas. Y esto es algo que la anuda en un eslabón de escritoras actuales: el trabajo desde cierto regionalismo y lo fantástico, lo mítico y hasta simbólico. Esta es la materia de sus cuentos y, sobre todo, de su lenguaje. En el caso de Orphée se trata de ficciones ancladas en el norte, en Tucumán a veces reconocible por referencias precisas, por cierto ámbito de destino al que la misma escritora se ha referido en entrevistas o por cierto “orientalismo” como en “Cabeza amarillas” o en “Volveré, mamita” que suele aparecer como marca del mundo ficcional.

       Me la imagino a Orphée divirtiéndose mientras escribía. Primero porque como lectores disfrutamos de sus imaginerías, del núcleo al que siempre vuelve: la experiencia de vivir en ciudades pequeñas o pueblos, con su cuota de imposiciones sociales, de mantener las apariencias, que nos recuerda algo de las telenovelas clásicas. Y esto creo que también viene de la literatura regionalista, pero Oprheé lo transmuta en personajes que confabulan, que ponen a circular chismes, que en su malicia pequeña nos resultan reconocibles y nos producen humor. Hay algo que siempre hace muy bien: trabajar con las imposiciones y la moral no tanto como algo que reprime, o no solo, sino como núcleo productivo: la injuria, el oprobio ajeno produce relatos, los narradores se deleitan en secretos, imaginan pequeñas maldades y gozan de la desgracia ajena mientras nos están relatando lateralmente sus propias vidas. Y es por eso que en la mayoría de los relatos hay un narrador en primera persona, pero que centra su narración en un otro, que funciona como testigo de otro personaje.  

   Este núcleo siempre está funcionando, pero en los cuentos de Las viejas fantasiosas se cruza con personajes se sienten atraídos y manipulados con brebajes como en esa especie Circes que son las “viejas fantasiosas” que en sus casas crean muebles imposibles, cruzan animales y hasta personas,  extrañas enfermedades como en uno de los mejores cuentos, “Aparten de mí a las bestias”, muertos que regresan al seno familiar, con una confabulación de animales para sustituir a los habitantes de un pueblo y adueñarse de sus almas y cuerpos en “Noche enjoyada”:

Ese mismo día, creyendo siempre que las paredes guardaban secretos para mí, le contó a su hija que había vuelto a verme agachada limpiando, con las piernas abiertas y pelos largos y negros en los muslos, “como de animal”. Esa Alicia, dijo, tiene algo maligno en ella

La perra de la solterona Haydée, vista de atrás, podría ser la hija de Alicia. Si hasta perecería que tuviera zapatos con tacos torcidos y caderas no muy bien hechas.”

    Las viejas fantasiosas es un libro que sorprende por sus cruces, por las lecturas entre lo fantástico y lo simbólico que parece habilitar, por indagar sobre ciertos conflictos recurrentes en el regionalismo – entre clases sociales, el espacio geográfico que asfixia, las relaciones familiares, etc. – pero desde la extrañeza, desde una imaginería propia de los bestiarios, siempre en el borde entre el humor, lo inquietante y el terror.


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