Sobre El descenso/ Asylum piece (1940) de Anna Kavan

Editorial Navona  2019 147 páginas. trad. Ainize Salaberri

 

El descenso/ Asylum Piece (1940), Anna Kavan

 

“… la parte vieja [de la casa] es complicada, oblicua, está llena de ángulos inestables, con un tejado que se curva como la espalda de un caballo agotado, y que está emborronada con parches escabrosos de liquen. Paradójicamente, la parte vieja se ha añadido hace poco. Cuando vine a vivir aquí era una casa completamente nueva (…) Ahora, al menos la mitad de ella debió de haberse construido muchos siglos atrás. Es la parte vieja la que ha crecido durante mi estancia, a la que más temo y de la que más desconfío.

   La casa nueva, que yace como pacíficamente acurrucada en un día soleado, parece un inofensivo animal gris que comería de tu mano; por la noche, la casa vieja abre sus pétreos ojos internos y me observa con una hostilidad que apenas resulta soportable. Las viejas paredes se cubren con cortinas transparentes de odio. Como un depredador, la casa me tiende una emboscada, a mí, a la víctima que ya se ha tragado, a la intrusa que se halla dentro de su antigua estructura  de piedra.”

    Llegué a Anna Kavan por el prólogo de Elvio Gandolfo a los cuentos de Amalia Jamilis editados por Eduvim. Buscando alguno de sus libros encontré “El descenso” publicado originalmente en 1940 como “Asylum Piece”. Leyendo un poco sobre ella, me enteré que Anna Kavan en realidad era una de las figuraciones, de las metamorfosis de Helen Woods (Cannes, 1901 — † Londres, 1968), quien escribiera anteriormente novelas románticas bajo el apellido de su marido, Ferguson. Helen Woods, Helen Ferguson y Anna Kavan son y no son la misma persona. Este último seudónimo es el que adopta después de su intento de sVycydio, de su adicción a la heroína por lo que fue internada en una clínica psiquiátrica en Suiza. Su padre se había svycidado, perdió a una hija recién nacida, a otro en posteriormente en la Segunda Guerra Mundial y ella muere a los 68 posiblemente por una s0bred0sis. Anna Kavan es la figuración de quien escribe la experiencia de la enf3rm3dad m3ntal, de la @dicción y de su internación. Es un nombre, pero para construir la inestabilidad de su propia mente.

    “El descenso” está formado por pequeños relatos, con una narradora y situaciones recurrentes, es decir, una especie de novela cuyo centro, es un sujeto que se diluye en su paranoia, en sus alucinaciones y en el intento de narrar una experiencia indecible. Es un relato que asfixia al lector, que lo expone a una continua extrañeza y con un ritmo vertiginoso,  Se desrealiza el tiempo, el espacio, las relaciones de causa y consecuencia, etc. Tal vez, sea susceptible de leerse en clave alegórica: una alegoría en la que aparecen enemigos desconocidos, la paranoia, el encierro en una casa que parece deteriorarse a la par de la mente de la protagonista, la espera de citaciones, de emisarios del poder, de acusaciones y condenas que la narradora desconoce al estilo del El proceso de Kafka. Y esto nos pone como lectores en el lugar de racionalizar, buscar referentes, analogías, que detengan lo huidizo de los significantes – por ejemplo, el persistente enemigo podría entenderse como su propia enfermedad, es decir, como una proyección de ella misma, así como la casa- o aceptar la construcción de este mundo inestable, oscuro e incierto que rodea a la protagonista. Desambiguamos la experiencia de la “locura” o nos sumergimos y la leemos en clave casi onírica.  La 3nf3rmedad mental pensada en términos de una fábula kafkiana:  el deambular por una Londres hostil, pero sobre todo, la inmovilidad de la narradora en un espacio cercado, con solo un jardín detrás de una ventana. Pareciera que la l0cura y su supuesta contraparte se proyectaran como una ficción espacial. Es el ascenso y descenso, es la casa, es el movimiento paranoico por una Londres oscura y es, sobre todo, el descenso a una institución psiquiátrica.

     También es un conjunto de relaciones: de la narradora con los otros, con esa proyección de sí misma en la forma del enemigo, de los jefes, de la empelada doméstica, de un amigo, de los funcionarios de un estado que parece estar en todos lados, observando, persiguiendo, estableciendo un castigo sin que la acusada sepa por qué. Como en El proceso de Kafka.

    Creo que ambas lecturas están presentes, se potencian, pero la que prevalece es la segunda: la de la extrañeza, la de un mundo con una lógica subjetiva que le quita espesor a las referencias. Leemos aceptando la ambigüedad, el carácter flotante de las referencias, su inestabilidad porque en última instancia esa es la experiencia: la disolución del sujeto y de los conceptos que permiten ubicarse en el mundo: identidad, tiempo, espacio, relaciones causales, etc.

    Por su parte, el relato más extenso que le da título a esta traducción, produce un cambio de punto de vista, de la forma de narrar: reaparecen las marcas referenciales claras, se abre a la vida de otros personajes, algunos pacientes, vistos como a la distancia, pero omniscientemente. Se trata de las pequeñas historias que transcurren en el interior de la clínica.

    El descenso asfixia, impone un ritmo narrrativo vertiginoso, pero a la vez obliga a volver hacia atrás, a la relectura. Se trata de la experiencia en gran parte autobiográfica de Anna Kavan, de quien fuera Helen Woods y Helen Ferguson:

Ahora mismo me parece que me he pasado la toda la vida en esta habitación estrecha cuyas paredes seguirán observándome en secreto durante interminables existencias. ¿Es la vida, entonces, o es la muerte la que se prolonga como un arroyo incoloro detrás y delante de mí? Aquí no hay amor, ni odio, ni lugar alguno donde se acumulen los sentimientos. En este lugar sin nombre nada parece vivo, nada está cerca, nada es real; me persigue el aroma del polvo esparcido con la lluvia del verano.”


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