Sobre El curso del corazón de John Harrison

Editorial Sigilo 2016 288 páginas Traducción de Andrés Ehrenhaus

El curso del corazón, M. John Harrison (1992)

Cierto día me descubrí mirando absorto mi propia imagen deforme en la ventana del tren subterráneo entre Goodge Street, donde trabajaba, y Camdem Town, al tiempo que repetía: “¿Eso fue todo?¿Eso fue todo?. Tal vez la agonía del Pleroma estaba concluyendo.

  “Oí que una voz, suave pero clara, me decía: ”la mujer que crece, y que puede ser cosechada para siempre. La mujer madura, no la mujer natural.

Cuando alcé el rostro la vi mirándome desde el sendero: era una silueta de hojas y tallos de rosas pimpinela y me miraba con unos ojos ciegos, azules y fijos. Levantó el brazo. Detrás, en una de las casa, alguien despertó y abrió una ventana. El solo se reflejó en los vidrios y mis ojos se llenaron de luz.”

 

  Tres estudiantes de Cambridge, el narrador, Lucas y Pam, realizan un ritual mágico de la mano del mago Yaxley que tiempo después ninguno recordará, pero que tendrá efectos sobre sus vidas: cada personaje se verá afectado por algún tipo de manifestación sobrenatural, mística. El lector, así como los personajes, experimenta los efectos, pero poco se sabrá sobre las causas, sobre el ritual mismo relacionado con Pleroma gnóstico y el mito del corazón, su manifestación en el mundo. Lo que sí experimentamos es una variedad de sensaciones con las que trabaja el relato: desde el terror puro que oscila entre lo sobrenatural y las consecuencias físicas y psicológicas devastadoras, sobre todo, en Pam, pasando por la paranoia, la ira destructora y la melancolía de personajes ensimismados en sus vidas y en la contemplación de escenarios naturales como bosques, cementerios, páramos, iglesias, ríos o también ciudades vacías. Este trabajo con los espacios y lo sensorial recuerda a los ensayos de Ian Sinclair y a la psicogeografía.

“El curso del corazón” es una novela fascinante, pero también desconcertante. Es por esto que creo que se lee bajo el influjo de la fascinación, como en un trance o en un sueño que experimentamos, pero del que despertamos intentando asir un significado huidizo. Pero la flor, como narra Borges en “El sueño de Coleridge”, la tenemos en nuestras manos: podemos releer la novela, pero no creo que nuestro estado de incertidumbre concluya. El efecto de lectura es similiar al siguiente fragmento:

«Sé bien que algunos sueños se avienen a abandonarte muy a regañadientes, entre oscilaciones residuales de luz, sensaciones asfixiantes, efectos que se dispersan con singular parsimonia. Todo se asemeja a un trance. Esperas volver a comprender el mundo y, en la misma espera, regresar al sueño, ya sin temor. Pero había algo horrendo en aquel martilleo: su lejanía, su constancia.

-¡Cómo te sientes?- me preguntó Katherine por la mañana.

– Oh, bien, muy bien –contesté.

Sin embargo, yo sabía que algo había estado golpeando. Algo había entrado en la casa.

-Eso espero- dijo ella.”

El lector y los personajes reciben múltiples estímulos, emociones, sonidos y colores, apariciones y desapariciones abruptas, frases de conversaciones ajenas que captamos y que entran a funcionar en otro contexto cognitivo, interfieren nuestros pensamientos pero que están lejos de poder hacer inteligible el mundo, sino todo lo contrario. Porque leer El curso del corazón es experimentar, como en un oscuro y misterioso parque de diversiones, visiones fantásticas, sensaciones corporales, sonidos, olores, estados de ánimo que modifican nuestra percepción y comprensión del mundo.

Estructurada a partir de dos extremos: un prólogo,”Pleroma”, y un epílogo, “Kenoma” pareciera arma un proceso de plenitud y de pérdida, de vacuidad que tiene en parte su núcleo fantástico o místico, así como un trasfondo histórico que podríamos relacionar con la guerra fría –hasta la epidemia del sida y la caída del muro de Berlín y- pero también cómo ambos repercuten en la vida cotidiana de cada uno de los personajes: enfermedades, tragedias, vínculos, interpretaciones sobre la realidad, etc.

Aquello sabe quiénes somos –susurró-. A pesar de todas nuestras precauciones, siempre nos recuerda.” 

“…el pleroma irrumpe en la realidad ordinaria, en la vida política, social y religiosa, y constituye un país propio, un país del corazón

“El pleroma nos exige una pasión por el mundo que, por distorsionada que sea, llega a reflejarlo.”

  Si el mundo contemporáneo, la civilización occidental y el capitalismo parecen haber dominado el mundo sensible, el espacio natural, la psiquis y el cuerpo humano, Harrison parece trabajar desde su ficción extraña con lo subterráneo a este mundo de una racionalidad instrumental, con espacios y atmósferas cargados de lo misterioso, de lo incognoscible, de fuerzas que desbaratan nuestra civilización, nuestra inteligibilidad del mundo y por ende a nosotros mismos a partir de una brecha, una encrucijada, un espejo que nos muestra distorsionados o en realidad nos devuelve una imagen otra, un espejo otro que no es la superficie pulida, sino agua turbia, follaje misterioso donde como en los cuentos infantiles, de hadas acecha el peligro. Esta operación de desestabilización es el centro El curso del corazón, su mecánica, la polea loca que hace funcionar al mundo.

   Las alusiones, referencias históricas, geográficas, ficcionales, pictóricas son la forma discursiva de poner en cuestión nuestra civilización, su superficie, pero también funcionan como claves de lectura, claves de lecturas que abren más puertas.  Hay algo del orden de las frases que circulan siempre por el texto. Frases recordadas, escuchadas al pasar, mientras se está en algún lugar y que siempre son opacas, como si fueran fragmentos de algo que no se puede rearmar y comprender. Se trata a nivel textual de una de las figuraciones del misterio que se reproduce, circula y enrarece la inteligibilidad del mundo a la vez que el lector las persigue en búsqueda tal vez como una posible clave de lectura.

 


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