Sobre Días de ocio en la Patagonia. Diario de un naturalista (1893), William Hudson

El canto se repetía a intervalos cortos; luego fue seguido de otras voces y pronto salieron de cada arbusto tan suaves y deliciosos acordes que me alegré de todo lo soportado en mi caminata; puesto que ahora podía oír esa exquisita melodía del desierto.”

“… el único deseo de beber en la salvaje copa que es dulce y amarga a la vez.

 

¿Quién fue W.H. Hudson? (foto 2 y 3). ¿Qué hilos unen su figura y escritura, su maravilloso mundo, a lo largo del tiempo con nombres de la literatura argentina como J. L. Borges (foto 4), Ezequiel Martínez Estrada (Foto 5), Ricardo Piglia (foto 6), J.J. Saer (Foto 7), Arnaldo Calveyra (foto 8) o H. Ronsino (foto 9)? También por fuera de lo nacional están los elogios de Virginia Woolf, Joseph Conrad, Margaret Atwood y Miguel Unamuno entre otros.

    Estos extensos hilos, tal vez, tienen relación con algunas de estas cuestiones presentes en sus libros y biografía:

— La evocación de la infancia y lo rural

— La figura del viajero naturalista y la observación asombrada de la naturaleza

— La utopía verde, ecológica. (Así lo lee Atwood)

— El exilio voluntario o involuntario

— La lengua y la traducción

— La posición excéntrica, entre literaturas (La argentina y la inglesa) entre lenguas, en el margen del sistema

— La literatura gauchesca

     Hudson fue hijo de inmigrantes norteamericanos que se asentaron en el campo argentino en el siglo XIX y a sus 33 años decidió partir a Inglaterra donde escribió todos sus libros en inglés. Sin embargo, su escritura funciona tanto dentro de la tradición argentina como de la inglesa y, así se puede ver en los autores mencionados al comienzo.

“Días de ocio en la Patagonia” es un libro asombroso. Aunque su subtítulo se refiere a la forma del Diario (el que llevó durante su viaje y sirve de insumo) se encuentra reorganizado no en entradas cronológicas, sino casi como una novela o una narración memorialista -transcurre en 1870/1871- de un viajero naturalista. Tal vez, sea un libro heterogéneo que cruza el viaje naturalista, el turístico y ocioso, el de costumbres y hasta el de aventuras con un lector interno –el inglés de la ciudad- al que le traduce la naturaleza y costumbres de Río Negro, en una colonia inglesa asentada a orillas del río y con el “desierto” al otro lado que se extiende gris, estéticamente bello, pero casi improductivo. 

La escritura y la actividad de Hudson como lo indica el título nos instala en el ocio, en la ciencia “inútil”, en la observación de los pájaros, en el éxtasis de sus cantos y, sobre todo, en el misterio de sus movimientos, en la fuerza oculta que los moviliza. En todo el libro, el asombro y la experiencia del misterio de la naturaleza –y en menor medida una relación mediada por el saber naturalista- van estar presentes dando momentos de gran poesía: por momentos lírica, en otros casi épica como el maravilloso fragmento donde reflexiona, narra la lucha interminable entre el hombre y la naturaleza personificándola:

“La naturaleza ha fracasado en su intento de ahuyentar al hombre. El ríe de su máscara terrorífica porque sabe que esta la sofoca y que, por lo tanto, no podrá soportarla mucho tiempo. Se someterá a su yugo y será dócil, para poder traicionarlo y vencerlo al fin; inventará mil sorpresas y tretas extrañas…lo enfermará con el perfume de las flores y lo envenenará con la dulce miel, y cuando repose, a la hora del descanso, lo aterrorizará con una súbita aparición de un par de ojos sin párpados y una temblorosa lengua en forma de horquilla.”

Hay también historias que se intercalan. Algunas son contadas al escritor por otros, como la del joven que para evitar la muerte se entrega a los indios como esclavo y a las décadas regresa. Se trata de un destierro doble; irreversible ya que no puede vivir en ninguna de las dos sociedades. Otras son mínimas, son parte de aventuras que vive en sus exploraciones como el tierno relato de un perro viejo que lo acompaña y que lucha entre su instinto y el adiestramiento como cazador y recolector de aves.

“Días de ocio en la Patagonia” es un maravilloso libro donde quien vive y realiza el viaje no solo escribe, intenta transmitir un saber al lector inglés, sino sobre todo evoca una experiencia -con cierta marca de la extranjería, del turista- en relación con la naturaleza vivenciada como lo opuesto a la ciudad, como un espacio de tensiones y claroscuros, entre la vida y la muerte, pero sobre todo, que colecciona momentos de una bella singularidad y los dispone en su escritura para luego evocarlos: la visión de las aves en un sauce sacudidas por el viento, su partida, la visión asombrada de un arcoíris único, etc.

Si, por ejemplo, oigo el canto de un pájaro que no he escuchado en los últimos veinte años, no me parece que en ese lapso no lo haya oído realmente, puesto que lo recuperé en la mente miles de veces  (…) Así también ocurre con las sensaciones de la vista: no puedo pensar en una flor fragrante que creció en mi hogar lejano, sin verla, y de tal manera puedo gozar siempre de su belleza, más –por desdicha- su fragancia se ha desvanecido y no vuelve…”


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