Sobre Hay que llegar a las casas de Ezequiel Pérez

Unahur 2022 240 páginas

HAY QUE LLEGAR A LAS CASAS, EZEQUIEL PÉREZ

   “Me dieron ganas de taparme la cara, como cuando el viejo disparaba a la oscuridad y las liebres corrían todas empapadas por la costa. Esto, cuando todavía las liebres.

  No entendí por qué el tercer disparo estaba en la cabeza de Andrés, ahí en el baño, tumbado junto al inodoro.”

   “El río picado, de noche, es extraño, como si escondiese animales que intentan volverse anfibios y fracasan con cada oleaje. El río planchado, en cambio, es pura llanura. Un reflejo nomás de las hectáreas que lo abrazan.”

 

    La novela comienza y ya es repetición, escena que vuelve: el padre por segunda vez llama al hijo que vive en la ciudad para informarle que Andrés, su hermano mayor, se ha svicid@do:

Imagino a papá en su mecedora. Imagino la creciente rozándole los pies. Lo imagino con el vaso de vino, perdido en un río sin reflejos. Imagino a mi hermano con su cuerpo adulto y su cara de niño. Imagino el tirante desde el que cuelga la soga. Imagino el golpe de la bala contra pared.

 Hay un pueblo sobre el río Paraná. Hay casas y campos; los de la memoria del protagonista, los de su infancia y adolescencia, pero a su vez los del presente con sus transformaciones. En el pueblo, en el campo, en el río, en las casas: disparos. Y en todos estos espacios -el río, el campo y las casas- se esconden, se protegen, pero también se descartan cadáveres. En la caza, pasada y presente, hay también grandes momentos de espera, disparos y cadáveres.

     Y si hay un relato presente que se detiene descriptivamente en pequeños gestos y escenas y además está el río y el calor, está la marca de Saer. Y si hay un pequeño pueblo rural al que un hijo regresa, sonidos, olores, calor, murmullos en sordina y hay muertos que hablan, está Rulfo. Pero también, como dice Cabezón Cámara, es “como si una trama de Saer hubiera sido intervenida por Stephen King.”: hay maizales, pueblos pequeños y hay que muertos que regresan, que vuelven a svuicid@rse como en loop, seres queridos que vuelven y, a la vez, son y no son los mismos.

     Hay que llegar a las casas es una novela que indaga sobre la muerte y los vínculos que se cortan, sobre las distancias y las cercanías armadas a partir de pequeños gestos, rituales y, sobre todo, silencios; entre la confianza que da la amistad, el pudor y el temor.

    El narrador y protagonista regresa porque previamente había huido para alejarse luego de la muerte de la madre y de la distancia que se interpuso entre él y su hermano, pero también de lo que se había convertido su padre. Y regresa para replegarse en la compañía de un grupo de amigos del padre, cada uno con su propia carga y secretos. Juntos sobrellevarán el duelo, los duelos en pequeños encuentros caracterizados por movimientos mínimos y los silencios:

Y después digo “en fin”, como para señalar que no puedo hacer nada con esa tristeza que tiene Barrientos en las manos y que aprieta fuerte en los hombros. Nada.”

Estos hombres, acá, son puro silencio entre un montón de hojas a punto de pudrirse. Todo este fondo es para nosotros.”

   Este relato ralentizado, en el que hasta la muerte parece ser repetitiva está construido en gran parte por el ritmo narrativo, a partir del cruce entre una historia presente –la del regreso del narrador- y otra pasada casi de iniciación -la del primer disparo, la primera presa-. Una salida a escondidas del padre para cazar junto a su hermano mayor, rodeada de búsqueda, aprendizaje y desamparo por la muerte de la madre:

Acurruqué la cabeza entre las manos para olvidarme por un rato que estábamos tan solos en medio del monte y que mi hermano creía que ese desamparo podía durarnos por siempre.”

    Hay que llegar a las casas es una gran novela, con su cuota de terror doméstico, colectivo, pero también político que contiene un enorme trabajo a partir de lo topográfico: un espacio que se construye a partir de la quietud y del encuentro, del caminar por las calles vacías de un pueblo replegado en sus interiores, pero sobre todo que arma pictóricamente un continuo entre fondo y figura: luces y sombras, lo externo e interno, lo distante y lo cercano, los ruidos y los silencios. La palabra fondo como en la poesía atraviesa casi todo el texto, se disemina en una serie de significados, topográficos, metafórico, narrativos que arman, tal vez, esa región de lo que nos es más externo como decía Saer: el de la memoria: una memoria que se va armando hacia el pasado, pero también la más cercana que se va cargando con el presente inmediato, con su transcurrir y en la que también aparece el uso del vocativo, un discurso destinado a entender y a justificarse, que tiene a su hermano como destinatario. En este relato en el que hasta la muerte se vuelve cotidiana y lo sobrenatural algo con lo que se convive todos los días encontrará su desenlace sorpresivo y brutal: por cómo sucede y por lo que sucede: en el pueblo, en las casas, en el campo y en el río. En la caza.

 


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