Sobre ¡Absalón, Absalón! De William Faulkner

Alianza: 2022: 431 páginas. Traducción de Beatriz Florencia Nelson

¡Absalón, Absalón!, William Faulkner (1936)

 

    ¡Absalón, Absalón! es una novela inmensa que se va transformando y tiene varios niveles. Uno que está en la superficie, pero está de alguna manera minimizado en cuanto a lo narrativo cuyo eje es dar cuenta de lo que es una cultura, la experiencia de vivir en un lugar y en este caso un espacio que históricamente ha sufrido una derrota: El mítico condado de Yoknapatawpha, Mississippi. El sur rural, esclavista y puritano. Simplificando mucho Quentin Compson narra lo que otros le contaron -su padre y a este su abuelo y la señorita Coldfield- a Shevrlin McCannon, su compañero de cuarto en Harvard. Quentin responde a una pregunta que le han hecho muchas veces ¿cómo es vivir en el sur? Y el sur parece responder Quentin es un relato contado muchas veces: un extenso relato armado con lo que otros le contaron y centrado en una especie de estirpe “maldita”; la de Thomas Sutpen quien llega a Jefferson en 1833 a caballo casi sin nada, le quita tierras fértiles a los indígenas y junto a un grupo de esclavos negros haitianos y un arquitecto francés se recluye durante dos años para construir una gran mansión y fundar el Ciento Sutpen ante el asombro y la desconfianza de los habitantes. Esta es la historia que se expande en el tiempo, se relata desde distintos puntos de vista, fragmentariamente y con una gran cuota de recursividad. El sur es un gran mosaico, construido a partir de voces y un gran carácter melodramático: es un mundo rural de grandes pasiones, de grandes gestos, de ascensos y caídas estrepitosas, mvertes vi@lentas, yn-c-esto, hijos “ilegítimos” y en la que suele incendiarse una casa como forma de purificación. Y es ante todo la historia de un grupo de familias. Es un relato consanguíneo y que para desenrollarlo hay que narrar y renarrar lo transmitido por otros: un mundo de espectros que atrapa a quien lo narra transformándolo a su vez en una figura fantasmal:

“…la voz que por azar hablaba era solo el pensamiento trocado en sonido perceptible y oral. Ambos [Quentin y Shreve] creaban, juntos, de a cabos sueltos y fragmentos de viejas historias y habladurías, gentes que quizá nunca existieron en lugar alguno, sombras que no eran sombras de carne y hueso que vivieron y murieron; sino sombras de lo que eran otras sombras, silenciosas como visible murmullo de su aliento convertido en nubecilla de vapor.”

    Con Faulkner nunca llegamos a conocer con certeza los hechos. Hay una especie de totalidad, pero armada a partir de fragmentos, de historias conjeturales que se van completando por distintos puntos de vistas, tonos, que se renarran y en cada renarración se transforman las causalidades. Por eso, los lectores tan solo llegamos a rozar la superficie del lenguaje que intenta asirlos.

     La acción presente es mínima: Quentin conversa con Rosa Coldfield, cuñada de Sutpen, en septiembre de 1909, encerrados en un cuarto casi a oscuras. Rosa es un personaje casi fantasmagórico, virgen, encerrada durante 43 años luego de ser víctima de la humillación por parte de Sutpen. En esta atmósfera claustrofóbica, con un personaje que me recordó a Miss Havisham de Grandes esperanzas de Dickens, le contará a Quentin parte de la historia, marcada por el resentimiento. También, Quentin conversa con su padre antes de partir a la universidad y, por último, en una noche invernal con su compañero de cuarto reconstruyen un relato completo, aunque para los lectores es una narración ya empezada. Desde este nivel ¡Absalón, Absalón! es una novela de aposentos, de interiores oscuros y cerrados como claustros. Y en esos ambientes que contienen el aire encerrado de años y años y en esas casas que tienen años y años lo que sucede es en principio un diálogo entre dos personas en la que una deposita en el otro su historia quebrando el posible diálogo y convirtiéndolo en un largo cuasi monólogo, pero donde también el otro interviene, sobre todo Shreve, conjetura y renarra.

    Y lo que se narra es en ocasiones la propia historia y una heredada o de la que fue testigo. Y en ese relato personal está presente toda la historia de Jefferson, del sur. El encierro se rompe por este cuasi monólogo que atraviesa las paredes, los años para traer como un eco o espectro la “otra historia”, la de Thomas Sutpen y su estirpe maldita –una historia de resentimiento, yn-c-esto y venganzas- que abarca, en principio, desde 1833 pasando por la guerra de secesión (luego se retrotrae a 1807 en Virginia, pero también posteriormente a Haití) hasta el presente.

     ¡Absalón, Absalón! es una inmensa novela que se va transformando: cada narrador le da un tono diferente a su relato y a medida que vamos conociendo ciertos hechos se modifica no solo nuestro conocimiento de la historia, sino también nuestra propia visión sobre los personajes. Y como suele suceder en las grandes novelas hay una escena, una descripción o un elemento que se torna autoreflexivo, que nos da a los lectores una clave de lectura, no la clave porque no hay ninguna totalidad que el lector puede capturar en su lectura, pero sí por lo menos hacernos una idea de lo que es el relato en sí. Como una puesta en escena donde el texto se representa a sí mismo (foto 3 y 4)

        Y lo que importa a Faulkner no son tanto los hechos, dificultosamente resumibles, cronologizables sino las personas, sus motivaciones, sus reacciones, el impacto que absorbió y procesó cada uno. Es decir hay algo de novela psicológica: el drama es en gran parte psicológico, anímico o moral. Justamente por eso la novela fluye y se abre a las suposiciones, es en gran parte conjetural.

 


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