Sobre El ruido y la furia de William Faulkner

Hyspamérica 1982: 314 páginas Trad. De M. Antolín Rato

El sonido y la furia (1929), William Faulkner

   «Te lo doy [el reloj del abuelo], no para que recuerde el tiempo, sino para que consigas olvidarlo de vez en cuando durante un momento y no malgastes todo tu aliento intentando conquistarlo. Porque ninguna batalla se gana jamás… porque ni siquiera se libra. Solo el campo de batalla revela al hombre su propia locura y desesperación, y la victoria es ilusión de filósofos e idiotas

    Leí la novela junto a Ángel @elpradoliterario. Fuimos comentando cada parte y fue verdadero un gusto, además de un incentivo para iniciarla.
El ruido y la furia es una novela vanguardista (tal vez hoy ya clásica dentro de las escrituras vanguardistas, pero con un anclaje en lo semirural más que en lo urbano), que puede presentarnos varias dificultades, pero que si aceptamos el juego propuesto no es un libro incomprensible. Y entre las cosas que hay que aceptar es no tener ninguna clase de presentación clásica de espacio, tiempo (aunque se precise en el título de cada parte: “Siete de abril de 1928”, “Dos de junio de 1910”, “Seis de abril de 1928”, “Ocho de abril de 1928”, Apéndice “Compson: 1699-1925”) y personajes (iremos conociéndolos poco a poco, estableciendo sus vínculos y sabremos que algunos comparten el nombre); la fragmentación temporal (en la estructura general y en el interior de los dos primeros capítulos, sobre todo); en la parte segunda, la ruptura –no constante- es más al nivel de la frase (falta de puntuación y en ocasiones el corte y yuxtaposición de partes para dar cuenta de lo simultaneidad en tensión con la linealidad de la lengua) (FOTO 4 y 5) y la falta de un conocimiento progresivo y total sobre lo narrado. Podría sumarse, tal vez, el uso del monólogo interior en las tres primeras partes. Sin embargo, las piezas se van acomodando, no de manera completa, pero recuperamos gran parte de la historia (más si leemos el apéndice que comenzó a agregarse a partir de 1946).
    De esta forma nos iremos adentrando en tres mentes, los tres últimos hijos varones de la familia Compson ya en decadencia:
   1- Benjy: “El idiota”  que no habla, sino que “berrea” y sería como una forma de interpretar literalmente los versos de Shakespeare tomado de Macbeth (foto 3). Obsesionado con el terreno donde juegan al golf y con el recuerdo de su hermana Caddy, tal vez, la única que lo ha cuidado y tratado con cariño, pero que se encuentra ausente de la casa desde su boda. Su relato narra un periplo mínimo reconocible que transcurre el día en que cumple 33 años, pero atravesado por distintos tiempos a partir de asociaciones: Cadiie/ Caddy, un recorrido por el río que remite a otro de cuando eran niños, la salida de la casa al jardín, etc.
    2- Quentin: está en una universidad (misma temporalidad y espacio que “¡Absalón, Absalón!”), deambula por la ciudad para sVicid@rse, obsesionado también con Caddy, el fantasma del incesto y el peso de la voz paterna como mandato y consejo. Es un relato que se abre a otro espacio, el de la ciudad y de ahí que sirva como contraste entre dos formas de vida, formas diferentes de la riqueza (Encarnadas en Gerarld), a secuencias típicas del vanguardismo como es el viaje en trenes, pero también el encuentro con una sociedad que se diversifica con la llegada de la inmigración, sobre todo, italiana.
    3- Jason: ha quedado como cabeza de familia, como sostén de su madre y de la casa familiar junto a sus sirvientes. Trabaja en un almacén. Racista, misógino y resentido con su hermana por un gran empleo prometido por su ex esposo, la extorsiona  y se queda con el dinero que le envía a su hija, Quentin a quien persigue y acosa continuamente.
   Tres hermanos monólogos, tres varones, tres posibles descendencias truncas que narran sus obsesiones, tres “idiotas” encerrados entre un pasado familiar y la decadencia presente, tres relatos endogámicos que giran alrededor de lo sanguíneo y de la hermana, la voz ausente, como causa de la “deshonra” de familiar. Con una gran fuerza poética cargada de imágenes, con un ritmo por momentos frenético debido a las yuxtaposiciones, a la falta de puntuación, sobre todo, en el relato de Quentin, los dos primero relatos rompen, pero también suturan a partir de los diálogos en estilo directo – no tan comunes en los monólogos interiores- que permiten no solo introducir otras voces donde predominan los personamientos, sino que aclaran situaciones, información mínima que permite también reconstruir la historia y los vínculos entre los personajes.
     A estos tres narradores se le suma en la cuarta uno en tercera que cambia el tono del relato y lo focaliza en cierta manera también en Dilsey, la sirvienta “negra” de la familia. Por último, el apéndice introduce un tono cercano al grotesco, a la comedia para completar el destino y partes de la historia de cada personaje.
       “El ruido y la furia” se conecta con otras novelas y relatos de Faulkner que arman la vida en el sur como un relato familiar donde cada grupo parece condenado a la decadencia y a la violencia (una idea cercana a la tragedia clásica y, tal vez, al naturalismo), a ser sustituido por otros grupos sin conexión con el pasado heroico, por ejemplo, por los Snopes que comienzan a comprar las propiedades de antiguas familias, pero también podríamos pensar en qué clase de relato se podría armar a partir de los inmigrantes, en principio sin historia con el territorio.
    Faulkner nos enseñó a los lectores muchas cosas. La principal creo que es que si hay una historia es porque hay lenguaje. Por esto, nos pone a los lectores frente a una forma narrativa que nos aleja de un saber inmediato, a la ilusión de un saber sobre los hechos. Esto puede estar armado a partir de un relato fragmentado que debemos ir armando, pero del que nunca tendremos las piezas completas, ni estarán perfectamente engarzadas, suturadas o pueden ser continuas renarraciones que en cada vuelta nos acercan a cierta totalidad, pero armada desde distintos puntos de vista, versiones y, sobre todo, conjeturas. Es decir, una totalidad precaria, conjetural. También suele tender a narrar más los efectos que las causas y esto enrarece o genera un no saber: no terminamos de armar una secuencia lineal y causal.
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