Sobre Banderas en el polvo, William Faulkner

Seix Barral 1978: 535 páginas Trad. J.L. López Muñoz

Banderas sobre el polvo (1927), William Faulkner

 “Bien; era ya el último, reunido por fin en cónclave solemne en torno a los ecos de sus arrogantes anhelos, mientras sus restos se pudrían plácidamente bajo los paganos símbolos de su vanagloria y bajo los gestos esculpidos sobre la piedra duradera que la representaban; y Miss Jenny recordó algo que Narcissa había dicho una vez sobre un mundo sin hombres y se preguntó si sería allí donde existiesen pacificas avenidas y casas con techumbre de paz; y no supo qué suponer.”

      Sherwood Anderson le sugirió a Faulkner que escribiera sobre su Mississippi natal. Y este es el origen del mítico condado de Yoknapatawpha. Banderas sobre el polvo fue terminada por Faulkner en 1927, pero  no consiguió publicarla, ya que según la opinión de varios contenía el argumento para varias novelas. Solo fue posible con la participación de un tercero, el editor que decidió por su cuenta suprimir 40000 palabras y cambiar el título original por el de Sartoris (1929). Recién en 1973 se publicó esta versión íntegra.

   Banderas sobre el polvo es y no es la historia de los Sartoris y esto se desprende de la forma: la cantidad de personajes que en ocasiones abren nuevas líneas argumentales con sus propios conflictos dificulta esta precisión. Sin embargo, la apertura y el cierre, que son geniales, están claramente centrados en esta familia. Tal vez, la tensión esté en la búsqueda de cierta totalidad, en la dificultad de encontrar la forma necesaria para el material narrativo que Faulkner pone en circulación. Se podría decir que a la vez se quiere narrar un territorio, Yoknapatawpha, la guerra o las guerras (Secesión y Primera Guerra Mundial) y en este espacio tiempo, el linaje de los Sartoris.

       Me lo imagino a Faulkner en la búsqueda de una forma narrativa que integre y ponga en movimiento todo este material. Banderas sobre el polvo es, tal vez, una novela que trabaja por agregación: hay varios personajes, en general, agrupados por familias (Sartoris, Benbow, Snopes, MacCallum, etc) y el narrador va alternando sus historias que luego se van cruzando, pero también se amplían en la presentación de cada uno. A su vez, algunos personajes cuentan historias (relato enmarcado) relacionadas en general con la Guerra de Secesión u otros habitantes de Jefferson. Por último, la narración si bien es lineal y transcurre entre 1918 y1920 va armando secuencias que se suman con cierta autonomía, como si fueran episodios.

   Abre en 1918 con el relato que hace Falls al propio Bayard Sartoris quien es a la vez protagonista secundario (siendo niño) de los hechos centrados en su padre, John Sartoris (1823-1876), frente a una patrulla federal y a la vez espectador/oyente pasivo (siendo viejo) del recuerdo de Falls. Un recuerdo que es casi la invocación de un fantasma o sombra, la del antepasado ilustre y heroico, que se extiende y oscurece a otros, sobre todo, a su hijo Bayard (el viejo) que se dedica a administrar lo heredado (las propiedades, el banco, etc.):

El viejo Falls había conseguido una vez más que John Sartoris estuviera con él en la habitación. Liberado del tiempo, su presencia resultaba mucho más real que la de ellos, anclados por la sordera en una duración muerte y progresivamente diluidos por el lento paso de los días. John Sartoris parecía dominarlos y rodearlos con su rostros barbado y su perfil de halcón y con el aura fascinante de sus sueños imposibles.”

     Cierra en 1920 con la visita al cementerio que realiza Jenny, la hermana más joven de John Sartoris y uno de los grandes personajes de la novela, al cementerio donde esa misma sombra hecha mármol y estatua también se extiende vanamente sobre otros otras lápidas. Vidas, linajes que sirven de marco y opresión, de sentido y sinsentido a la vida de sus descendientes. El que lo recorra ella, siempre irónica y mordaz, una sobreviviente, permite cierto distanciamiento de esa estirpe de varones, de sus sueños, su violencia y esfuerzos vanos, mientras con su mirada recorre esa genealogía destinada a la tragedia en las lápidas de cada uno de ellos. Este cierre recuerda las palabras de Judith Supten en ¡Absalón, Absalón! (foto 3)

“…aquel que dominaba a todos y dotaba al cementerio, consagrado en teoría al descanso de gente muy fatigada, de una silenciosa y retumbante solemnidad que tenía tan poco que ver con su concreta mortalidad como la encuadernación de un libro con la temporalidad de sus personajes, y donde las lápidas de las mujeres que los Sartoris habían conseguido atraer a sus arrogantes órbitas, a pesar de sus pomposas referencias genealógicas, resultaban ser tan modestas y quedaban tan eclipsadas como los cantos de las alondras bajo el nido de un águila.”

    Si Bayard, el viejo, se encuentra perdido y bajo la sombra de su pasado y la escena en que abre el arcón con los recuerdos de la familia es fabulosa (Foto 4, 5 y 6), su nieto Bayard (el joven) que viene de participar de la Primera Guerra Mundial trae no solo la crisis que esta causó, sino sobre todo, la muerte en combate de su hermano gemelo que lo perseguirá y de la que se sentirá culpable. Este nieto que regresa es una fuerza “salvaje”, con una pulsión autodestructiva que lo lleva a andar a grandes velocidades en un automóvil poniendo en riesgo su vida y la de sus familiares.

   Entre ambas guerras, la sociedad que se moderniza, que cambia sus costumbres y valores y que entran en tensión con los tradicionales del sur, entre los viejos propietarios de tierras y los nuevos ricos entre los que se arman otras intrigas que se relacionan los nuevos roles de la mujer, con las grandes veladas, las reuniones a tomar el té, el uso del tiempo libre, el adulterio, los divorcios, etc.

   Banderas sobre el polvo parece ser una novela en busca de su forma, la de Faulkner. Tiene su cuota de exceso, de desborde y eso es lo que a la vez la hace fabulosa.

 

 

 

 

 

 

 

 


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